La narcocultura, surgida en México hace unas décadas, se ha visto acentuada en años recientes debido a los narcocorridos, los cuales promueven la vida criminal como si de una vida heroica se tratase. Antes eran sólo unos cuantos (como Los Tigres del Norte) quienes interpretaban esas canciones; hoy son decenas de artistas los que se dedican a los narcocorridos.
El Dizque se dio a la tarea de entrevistar a uno de los compositores de estos temas para preguntarle en qué demonios estaba pensando cuando decidió hacerlos. Y vaya que nos llevamos una gran sorpresa cuando al llegar al domicilio que tiene registrado el compositor que firma como Sicario de la Villa, nos encontramos con don Norberto Rivera.
— ¿Qué se le ofrece? —dijo don Norberto, quien abrió la puerta un tanto amodorrado.
— Busco a Sicario de la Villa.
— A sus órdenes. Usted dirá para qué soy bueno.
Este reportero no podía creerlo. El Arzobispo Primado de México es el famoso Sicario de la Villa. Para suerte mía y de la causa periodística, Rivera creyó que yo era un cliente, quizá porque me vio con cara de drogado (en realidad estaba crudo) o porque decidí ponerme el sombrero texano que usé para disfrazarme de vaquero en Halloween.
Decidí seguirle el juego al prelado y le pregunté sus tarifas.
“Pues verá: Yo cobro por estrofa 15 mil dólares; un poquito más si quiere los versos en octavas. Me tiene que contar la anécdota que quiere que le cante, cuántos muertitos hubo, y en base a eso yo se la hago con todo gusto, hijo”.
No pude resistirme y le inventé a don Norberto una anécdota que viví en El Dizque que inventé en el momento. Don Norberto iba apuntando en su libretita y luego se fue a redactar el narcocorrido en su máquina de escribir.
Volví, como me lo pidió, dos días después, y me encontré a monseñor Rivera acompañado de una banda compuesta por varios monaguillos, además de Juan Sandoval Íñiguez en la tuba y de Onésimo Cepeda en la tambora.
Y comenzaron el narcocorrido:
Salieron de una cantina,
armados hasta los dientes,
con trajes de brillantina,
y botas fosforescentes.
Se subieron a la troca
donde guardaban la coca.
Pero Camelia, la sexy,
mientras comía una torta,
dijo: “A mí no me importa,
pos yo prefiero la Pepsi”.
El resto de los versos no los reproducimos porque la verdad están muy violentos y groseros, pero son como veinte de a 15 mil dólares cada uno. Con lo que le tuve que pagar a monseñor Rivera, puedo afirmar, sin temor a equivocarme, que es la segunda entrevista que más dinero le ha costado a El Dizque después de la de Julio Cortázar.